Jorge Ávalos se convirtió en el ganador de los XVII Juegos Florales de San Salvador 2020 en la rama de Ensayo, con la obra “Las tres muertes de Alfredo Espino”, presentada bajo el seudónimo Idilio Bárbaro.
Ávalos es escritor y director de cine y teatro, fundador y editor de la revista La Zebra. Como cuentista ha ganado los dos premios centroamericanos de literatura Rogelio Sinán de Panamá, por “La ciudad del deseo” (2004), y el Monteforte Toledo de Guatemala, por “El secreto del ángel” (2012).
El autor escribió acerca de Alfredo Espino porque es una figura icónica de la identidad salvadoreña. “Alfredo Espino es el poeta más popular en la historia de El Salvador”, esgrime Ávalos.
“Aunque trascendió con su obra a la misma sociedad que lo destruyó, después de un siglo, su muerte a los 28 años, todavía representa un enigma: ¿enfermedad, accidente o suicidio? Por primera vez, el ensayo ‘Las tres muertes de Alfredo Espino’ investiga a fondo las distintas versiones, logrando, en el proceso, un perfil biográfico más humano, a la vez que un examen más preciso de su tiempo histórico”, puntualizó el ganador.
En 2009, Ávalos recibió el Premio Ovación de Teatro por su obra “La balada de Jimmy Rosa”. En 2015, estrenó “La canción de nuestros días”, por la que Teatro Zebra recibió el Premio Ovación 2014. Como guionista y director de cortometrajes ha recibido reconocimientos por “La esquina”, con el que ganó el premio del Fondo Municipal para la Cultura y las Artes de San Salvador, 2018 (FOMCASS); y por “Duro de amar” (2019), que se estrenó en el Festival de San Giò, Verona, Italia, donde obtuvo un premio a la mejor interpretación, y fue la selección oficial de El Salvador en el Festival Ícaro, Guatemala, 2019, en la categoría Cine Experimental.
(Fragmento)
En el ámbito familiar de los Espino, “de cultura y cultivo artístico, los niños aprendieron de sus progenitores el gusto por el arte y las letras. Unos escriben, otros pintan”. El joven Alfredo demostró ser el más talentoso: tuvo una “marcada inclinación por la pintura, la poesía y la música”, y tal era su versatilidad, que “pintaba un paisaje agreste o arrancaba dulces notas a la guitarra con la misma facilidad con que escribía versos de encantadora sencillez”.
Este perfil de un adolescente multifacético y creativo es redondeado por su hermana Hortensia, que recuerda de Alfredo su pasión por el estudio y la aprehensión que le causaba la idea del fracaso:
Alfredo estudiaba mucho. Siempre fue buen estudiante. Mi mamá vivía dándole reconstituyentes porque trabajaba duro con los libros y era muy delgadito. Cuando iba a exámenes decía: “Ya voy a que me den el revolcón”. Al volver, traía una nota de diez… A veces le agarraban tristezas. Se encerraba entonces en una sala y únicamente mi mamá lo podía consolar con sus palabras y sus caricias. Pero a veces se ponía de buen humor. Era entonces juguetón y bromista… Tuvo, además, “afición a la caricatura”, que lo llevó, en una ocasión a realizar un autorretrato frente a un espejo, con “gran acierto y fidelidad”.